Querido suegro, hace once años que ya no estás entre nosotros. Me gustaría hablar un poco de los logros que conseguiste y tuviste por tu trabajo. Cuando eras joven, ibas de pinche por la carretera, construiste el estadio del Numancia, los focos del Puente de Piedra, los del estadio de La Romareda o el puente de Alhama de Aragón. También te fuiste a Alemania a manejar la primera grúa de Zaragoza de más de cien toneladas, ¡sin saber hablar inglés! Llegaste a hacer el Pabellón Príncipe Felipe, donde acabaste siendo encargado general de la empresa, así como supervisor de los trabajos en general. Te echo muchísimo en falta, porque tú no sabes los días que estarías viviendo para estar con los chicos y conocerlos.
Me gustaría dedicarte un diálogo como si estuvieras aquí y contarte cómo está todo.
—Hombre, Mariano, ¿cómo estás?
—Estoy bien. Me encuentro como nunca.
—Me alegro de volver a verte después de tantos años.
—Yo también me alegro, pero una cosa te quería preguntar. ¿Cómo es que ya no está la abuela en casa?
—Sabrás, Mariano, que Sara tuvo que vender el piso porque ya no lo podía pagar.
—¿Y ahora dónde se encuentra?
—Pues la tenemos en mi casa, para que nos eche una mano y nos ayude con los chicos mientras yo estudio.
—¡Ah, que estás estudiando! ¿Y qué estás estudiando?
—Pues mira, te tengo que contar tres cosas: empecé un curso en enero de 2023 de sociosanitario, para estar con los abueletes, lo acabé en junio; más tarde, en julio y agosto trabajé en una residencia y en septiembre volví a estudiar otro curso que me dejé colgando para poder acabarlo y poder hacer un grado medio de enfermería.
—Oye, me parece muy bien que estés estudiando, porque así evolucionas. Y el chico, ¿cómo está?
—El chico no, los chicos, que tengo ya dos.
—¿Tienes dos?
—Sí, tengo dos, uno de tres años y otro que va a hacer diez en poco. Y sabes que no hace falta que me preguntes; puedes venir cuando quieras a conocerlos y, si no, te mando dos fotos de cada uno y ya está. Pero lo dicho, cuando quieras puedes venir.
—¿Y cómo está todo desde que yo falto?
—Pues está todo muy revuelto, hasta el Zaragoza está revuelto: casi todos los partidos pierde y luego suben al tranvía arrastrados, con unas caras que dan mala gana. Y cuida no digas nada, que igual se te comen. Luego, hay muchos incendios, la guerra —que no termina nunca—, muchas matanzas, etc. ¡Qué te voy a contar! Bueno, sí, miento, quiero también contarte que en septiembre el pequeño empezó el cole y ha adelantado mucho, a pesar de que no fue a la guardería. Y el mayor, bueno, le tenemos que ayudar a hacer los deberes, porque le cuesta ponerse por sí mismo. Aparte, se despista mucho, así que mucha paciencia debemos tener también con él.
—¿Y por el pueblo subís o qué? ¡Me he perdido muchas cosas!
—¡Y tantas que te has perdido! Se ha arreglado la puerta de madera de la entrada, quitamos el altillo que había en la cocina -que tú no querías quitar-. El garaje también lo están dejando majete. Hay muchas cosas que te has perdido, es verdad.
—Bueno, hija mía, me tengo que marchar, gracias por este momento que hemos tenido hablando de las cosas en las que no he podido estar.
—Gracias a ti, por poder hablar un rato contigo y haberte podido contar todo lo que no has podido ver. Deseo que vaya muy bien tu largo viaje, te recordaremos siempre.